Coincidiendo el puente de todos Los Santos con los cumpleaños de Esther&Ester, decidimos hacer una escapada familiar a Nápoles, para conocer y descubrir esta caótica ciudad.
El vuelo a Nápoles transcurre tranquilamente, pero el avión nos deja en mitad de la pista. Aaron va con muletas, debido a un esguince que se ha hecho jugando a balonmano, y el desplazarnos con maletas, niños y muletas nos resulta algo complicado, suerte que enseguida se nos acerca un chófer y nos dice que si queremos podemos subir en el minibus que conduce, rápidamente decimos que sí, y éste nos deja amablemente en la cinta de equipajes para recoger el carricoche de Èlia.
Una vez fuera de la terminal cogemos un taxi y un conductor muy enrollado nos acerca todo lo posible a nuestro alojamiento.
Para estos días hemos alquilado un apartamento muy espacioso en pleno barrio español. Los edificios de este barrio se levantaron en el siglo XVI para acoger a los soldados españoles y doblegar así a la resistencia de la población, que se oponía a la conquista de Nápoles por parte de La Corona. Sus calles han sido siempre conflictivas, y aunque está en pleno centro de Nápoles, la Camorra aún campa a sus anchas por aquí.
Una vez instalados, salimos a la calle a buscar un sitio donde cenar. Deambulamos por la calles empedradas, esquivando a las motos que pasan a pocos centímetros de distancia, en todas direcciones y sin respetar las normas básicas de tráfico.
Cenamos en la pizzeria Vesubio, llena de vecinos del barrio, bueno, barato y con un personal muy amable.
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